Poemas

Publicado en Poesía

…man’s renewed birth
Fulke Greville


XVIII


Como una inmensa mano de monótono silencio
entra la noche.
El azul, hondo hasta lo negro, es un estanque
donde irrumpen y se esconden y se asoman y se esfuman
vacantes
los recuerdos.
Ni una gota de esperanza queda en mi plumaje
aterido
de tanto golpe, tanta lluvia, tanto viento.
Mi cabeza se sumerge, mis patas
bajo el agua
impulsan aguas acaso condenadas al olvido.
Pero otra vez se yergue el cuello, y el aire, el aire
busca mis pulmones.
Y la mano y la noche y el silencio
se despliegan.
Con un lento ademán de sombras largas que se alejan
en el horizonte
albea.

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Entre libros y recuerdos

Publicado en Aquellos libros

 A veces, (a ti también te habrá pasado) al dejar vagar el pensamiento, se nos aparece un recuerdo cuyo origen ignoramos; se entretiene un rato con nosotros, desafía nuestra memoria mostrándonos incluso sus más mínimos detalles y sin que nos demos cuenta se desvanece en otro recuerdo, quizás más atractivo, feliz, pero, sobre todo, reconocible.


A mí me ha estado siguiendo uno de esos recuerdos. Es un claro en un bosque y es otoño; en el centro, un estanque de piedra. Entra un quinceañero de americana azul; podría ser yo mismo de colegial. Duda y observa. Da unas vueltas al estanque de aguas y hojas corrompidas y se sienta en el borde a contemplar la tarde. Pero no sé qué recuerdo, no sé de dónde viene esa imagen, ni quién es el personaje. La repetición exacta, y la no asociación con nada que conozca, me ha hecho creer que se trata de una novela.


Otras, el recuerdo se deja identificar al instante: la ruinosa mansión de piedra en el anochecer de Escocia; los murciélagos que salen de las ventanas sin vidrio; el joven que aporrea y patea la puerta a la que nadie acude. Y sé que es David Balfour de Shaws que llama a la vivienda de su tío, y revivo su miedo, su desesperación.


En la mañana brillante la campana de la iglesia ha dado las ocho. Ángel se detiene en la cumbre de la colina: la ciudad se extiende a sus pies; y en ella, el edificio de ladrillo, grande y rojo; y el mástil, y ya izada la bandera negra: el verdugo ha completado su trabajo. Ángel se arrodilla, junto a su cuñada, como para rezar. Yo lo juzgo, una y otra vez: sé que es culpable del destino de Tess Durbeyfield.


A lo lejos y en lo alto, entre dos laderas rocosas, diminuta brilla la fortaleza. El jinete detiene su caballo y la observa; traga saliva: es su primer destino. Yo también la veo allá arriba, pequeña y blanca; yo también siento la inquietud del Teniente Giovanni Drogo.


Como lector que eres, ya habrás notado que la ficción se hace parte de nosotros y nos permite vivir otras vidas, que se convierten en parte de las nuestras. El claro y el estanque terquean, no quieren darse a conocer; seguramente el día menos esperado los encuentre en alguna novela inolvidable.


Es el misterioso don de la literatura: poder convertir una escena no vivida, un rostro nunca visto, un verso, en un recuerdo propio, en una emoción perdurable.


 

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